Cuando de mí no quede sino un árbol, cuando mis huesos se hayan esparcido bajo la tierra madre; cuando de tí no quede sino una rosa blanca que se nutrió de aquello que tú fuiste y haya zarpado ya con mil brisas distintas el silencio del beso que hoy bebemos; cuando ya nuestros nombres sean sonidos sin eco dormidos en la sombra de un olvido insondable; tú seguirás viviendo en la belleza de la rosa, como yo en el follaje del árbol y nuestro amor en el murmullo de la brisa.
¡Escúchame!
Yo aspiro a que vivamos
en las vibrantes voces de la mañana.
Yo quiero perdurar junto contigo en la savia profunda de la humanidad; en la risa del niño,
en la paz de los hombres,
en el amor sin lágrimas.
Por eso, como habremos de darnos a la rosa y al árbol,
a la tierra y al viento,
te pido que nos demos al futuro del mundo...